Cómo afecta el dinero a la salud mental

Hablar de dinero suele reducirse a cuentas, presupuestos o decisiones racionales. Sin embargo, el impacto que tiene en nuestra vida cotidiana va mucho más allá de lo numérico.
El estado de nuestras finanzas personales puede influir en nuestro ánimo, nuestras decisiones y en cómo nos relacionamos con los demás. Alcanzar la tranquilidad económica no siempre significa tener grandes ingresos, sino sentirse seguro frente a lo que se tiene y lo que se puede proyectar.
Muchas personas experimentan una sensación de malestar cuando revisan sus gastos, enfrentan una deuda o piensan en el futuro. Esa incomodidad puede manifestarse en forma de ansiedad, insomnio o incluso aislamiento. A la vez, hay quienes sienten culpa por gastar, vergüenza por pedir ayuda o presión por mantener cierto nivel de vida.
En contextos de incertidumbre o crisis económica, estas emociones pueden intensificarse, afectando no solo la calidad de vida, sino también la salud emocional y física. Veamos, entonces, cómo afecta el dinero a la salud mental.
Cómo afecta el dinero a la salud mental
A lo largo de la vida, todos enfrentamos momentos en los que el dinero condiciona nuestras emociones: desde la angustia por no poder afrontar un gasto imprevisto, hasta la frustración por no alcanzar ciertos objetivos materiales.
Según datos del sitio especializado Money and Mental Health, los problemas económicos y los trastornos de salud mental suelen estar estrechamente relacionados. De hecho, solo en Inglaterra, más de 1,5 millones de personas enfrentan simultáneamente situaciones de endeudamiento y problemas de salud mental.
Esta interrelación, muchas veces silenciosa, puede generar un círculo vicioso difícil de cortar si no se interviene a tiempo.

Las cifras son contundentes. Cerca del 46 % de las personas endeudadas también presentan alguna condición vinculada a la salud mental. A su vez, el 86 % de quienes padecen algún trastorno mental reconoce que su situación económica empeoró su bienestar psicológico.
Lo inverso también es cierto: quienes viven con ansiedad, depresión u otros cuadros similares tienen tres veces y media más probabilidades de acumular deudas que quienes no enfrentan estas problemáticas.
El estrés financiero no solo impacta el ánimo cotidiano: puede agravar condiciones preexistentes, limitar la recuperación y generar aislamiento. Además, recortar gastos esenciales como alimentación o calefacción, o bien ser víctima de gestiones de cobro agresivas, puede agravar aún más la situación emocional.
Las estadísticas revelan que quienes sufren deudas tienen tres veces más probabilidades de haber pensado en el suicidio en el último año, una cifra alarmante que expone la urgencia de visibilizar esta problemática.

A su vez, los problemas de salud mental también afectan directamente la capacidad de generar ingresos. Además, tienen menor tasa de participación en el mercado laboral, mayor presencia en empleos mal remunerados y una fuerte dependencia de prestaciones sociales, que muchas veces resultan insuficientes.
Incluso cuando trabajan, son más propensos a desempeñarse en puestos de medio tiempo o precarios. Estas condiciones de inestabilidad y bajos ingresos dificultan el acceso a vivienda, servicios básicos y la posibilidad de ahorrar o planificar financieramente a largo plazo.
El modo en que se gestionan las deudas también puede impactar directamente en la salud mental. Las llamadas constantes por parte de acreedores, el uso de estrategias agresivas de cobranza o la visita de agentes judiciales son percibidas como altamente estresantes. Por ejemplo, el 91 % de quienes reciben más de cinco llamados por mes afirma que esto empeora su salud mental.
Este tipo de situaciones puede provocar sentimientos de presión constante, incapacidad para pensar con claridad, aislamiento, irritabilidad o sensación de pérdida de control. En personas con cuadros mentales severos, como trastorno bipolar o esquizofrenia, la exposición a estos métodos de cobranza incrementa significativamente los niveles de angustia.
Tomar decisiones financieras en medio de una crisis

Durante episodios agudos de problemas de salud mental, la capacidad de tomar decisiones económicas adecuadas puede verse gravemente afectada. Síntomas como la impulsividad, la confusión o la falta de concentración pueden llevar a realizar compras innecesarias, demorar el pago de facturas o solicitar créditos que no se habrían tomado en otras circunstancias.
Esta vulnerabilidad financiera crónica limita la posibilidad de acceder a servicios de salud, sostener tratamientos o mantener un entorno estable para la recuperación.
A muchas personas también se les complica interpretar una factura, recordar claves o enfrentar una llamada telefónica. En estos casos, el 37 % reporta síntomas de ansiedad intensos al interactuar con proveedores de servicios esenciales.
Además, tres de cada cuatro personas con trastornos mentales aseguran que enfrentan al menos una barrera de comunicación con estos organismos, siendo la llamada telefónica una de las más difíciles de sobrellevar. La falta de canales accesibles o adaptados a estas condiciones impide que muchas personas reciban el apoyo necesario en los momentos críticos.
El rol clave de los servicios de apoyo

Tanto los equipos de salud como los servicios sociales tienen un papel fundamental a la hora de detectar cuando una persona está atravesando simultáneamente una crisis emocional y financiera. Sin embargo, la falta de un abordaje integral retrasa intervenciones preventivas y agrava cuadros que podrían tratarse con mayor eficacia.
Por su parte, los servicios de asesoramiento en deudas son esenciales, pero muchas veces resultan inaccesibles para personas con dificultades cognitivas, emocionales o de organización. Contar con sistemas más flexibles y empáticos podría marcar una diferencia decisiva en el bienestar de miles de personas.
El impacto del dinero en la salud mental no es uniforme: el género, la edad y el origen étnico son variables que agravan o modifican la experiencia.
Así, las mujeres con problemas de salud mental sienten con mayor frecuencia que cumplir con sus obligaciones financieras representa una carga. Los hombres, por su parte, enfrentan barreras culturales que dificultan la expresión de sus emociones y el pedido de ayuda.
Las personas jóvenes presentan mayores niveles de ansiedad por cuestiones económicas, mientras que las personas mayores suelen evitar comunicar sus problemas a proveedores o profesionales.
En el caso de las minorías étnicas, los datos muestran que existe una mayor incidencia de pobreza, discriminación y dificultades de acceso a servicios, lo que intensifica tanto el deterioro financiero como el malestar emocional.
Fuente: www.clarin.com